Está claro que David Fincher es un director con personalidad y que sabe perfectamente cuáles son los resortes de su oficio. Sin embargo, "The Game", cuyo primer tramo es realmente entretenido, se va tornando en una tomadura de pelo de las buenas, una demostración de las más viejas premisas. No, es verdad, de lo juro. Era guasa, es broma. En serio, es completamente cierto. No seas boludo, ¿cómo va a ser eso verdad? Y así se va tirando del cordel con cosas muy inverosímiles.

El film sobrevive porque tiene un casting muy acertado. Michael Douglas está muy medido con su personaje y menos mal, porque ante tanta hipérbole, sobre-actuar hubiera sido terrible. Y eso penaliza más a Sean Penn, quien es un actor con mayúsculas, pero aquí se deja llevar por el viaje al absurdo que propone Fincher, hasta el punto de que uno cruza los dedos para que todo sea un sueño de Antonio Reineses, que algo de lógico habría tenido.

Dentro del elenco de secundarios, Deborah Kara Unger presta su sensualidad y talento a uno de los personajes más logrado, una rubia arrebatadora y son secretos al estilo "Con la muerte en los talones". Uno de los motivos para aguantar sentado mientras se tiene la incómoda sensación de estar siendo víctima de un tema.

Atención a la moraleja final. Una tienda de locos y no, no estoy hablando de los hermanos Marx esta vez.