He de decir como planteamiento a priori, que esta crítica parte con cierto handicap, y es así porque son tan gratos, estimulantes y emocionantes los momentos que a lo largo de mi vida me ha proporcionado Steven Spielberg, que uno siempre espera lo máximo.

Lo primero que hay que decir y resaltar de esta película es que nos encontramos ante un extraordinario film de periodismo, con un tempo narrativo, una interpretaciones, y una precisión en todo lo que se cuenta, y todo lo que se ve, muy sobresaliente.

Un cine diáfano en lo que cuenta, y perfecto en su factura, que respira tradición y clasicismo, y sobre esto, sobre el clasicismo es sobre lo que me voy a detener, y es que Spielberg, de sólidas influencias clásicas en su cine, pero revolucionario en su reinvención, y muchos de los temas de sus películas, parece que en esta, la recta final en su carrera, ha optado por un cine más contenido, a veces incluso académico, que nos recuerda más a una versión más ambiciosa y sofisticada del cine de Clint Eastwood, que a sus propios herederos naturales como podrían ser Nolan y Villeneuve.

Sin ser malo lo que acabo de decir, esta reflexión me lleva al tercer concepto del título de la crítica, y preguntarme si sigue teniendo Spielberg ese talento, esa.....chispa que hacía que todos nos extremeciaramos o entusiasmáramos hasta extremos máximos por sus aventuras o la emotividad de sus narraciones. Parece que no, veo a un gran director, a un extraordinario contador de historias, pero ya no me revuelvo en la butaca ante el vertigo y la emoción de lo que veo, sino que lo paladeo con gusto y satisfacción, pero sin llegar a emocionarme, aunque siendo consciente de la extraordinaria factura de un trabajo muy bien hecho, nada más, pero también nada menos.