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España España · Madrid
Voto de Servadac:
8
Drama Tras la muerte de su marido, Helène, dueña de un negocio de antigüedades, cuida de su hijo adoptivo Bernard, un joven traumatizado por el recuerdo de Muriel. Hélène está buscando a Alphonse, su amor de juventud, al que no ve desde hace veinte años. Sin embargo, cuando, por fin, lo encuentra, ambos descubren que ya no tienen nada en común. (FILMAFFINITY)
23 de julio de 2012
40 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al abordar una película como Muriel, es natural preguntarse si nos encontramos ante un artefacto meramente intelectual y literario; sofisticado, pedante y pretencioso.

Pero, ¿es sólo juego formalista, vanguardia de salón y cáscara sin pulpa? Si no es así, ¿qué lugar ocupa en ella la emoción?

La cinta es áspera; áspero el montaje, ásperas las relaciones espaciales, personales y en el tiempo; ásperos los edificios e interiores, la música y las tramas elididas.

La cualidad inicial de la película es precisamente la aspereza. La narración se afana en mantenernos fuera, al margen de la representación.

Cortes abruptos, Hélène recitando casi en trance, Bernard de mal humor y atormentado, la fachada de Alphonse…, frases a medias y preguntas sin respuesta. Objetos, desorientación, elipsis, ruptura del espacio-tiempo fílmico convencional… y un medido divagar como sin rumbo. Todo conforma un lienzo en que tenemos la certeza de que lo esencial no puede ser mostrado.

Hélène habita en una casa en que los muebles, antiguos, están en venta. Es ludópata –aunque no la vemos nunca dentro del casino. Alphonse es un abrigo repeinado con bufanda y fotos de palmeras argelinas. ¿Y Muriel?

«Aquella mañana, cuando fui a por ropa limpia al armario que no se había quemado, sólo me quedó ceniza blanca entre los dedos.»

Resnais despliega ante nosotros un limbo de extrañeza. La geometría de recursos no clásicos configura un mundo absurdo y lleno de agujeros, como una cicatriz amnésica y profunda. Un mundo en que el presente es suma de la ausencia y del pasado, en que sólo queda ya memoria de la herida. Un mundo horizontal y triste, donde no cabe el porvenir.

A la mitad exacta de la cinta (minuto cincuenta y cinco), la escena clave. Se ve y escucha con un nudo en la garganta.

En un contexto tan sesudo, destaca la canción de Ernest, sencilla, amarga y verdadera, sobre el paso del tiempo.

¿Y Muriel?

«No sé por qué, pero no creo que ese fuera su verdadero nombre.»
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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