Un joven ciudadano americano (Davis) es atrapado en el aeropuerto de Estambul con dos kilos de droga. Será juzgado y condenado, comenzando a partir de aquí una odisea y un infierno para él sufrido en las cárceles y psiquiátricos turcos.
Tuvo y tiene, para causar impacto, a su favor esta película el que esté basada en hechos reales y las entregadas (que no bien encauzadas) intrepetaciones de Davis, Hurt o Hopkins. Sin embargo, "El expreso de medianoche" - título hermoso de verdad -, ha perdido mucha de su fuerza e intensidad que hicieron de ella un gran éxito de los 70, y su capacidad de resultar verosímil queda muy entre algodones.
Conociendo a un tipo tan sospechoso como Oliver Stone, no es de extrañar que, sin negar la brutalidad, sinsentido e inhumanidad de lo sufrido por el ciudadano Billy Hayes, el señor Stone lo haya manipulado, derivado, guiado o como queramos llamarlo al terreno del efectismo de impacto inmediato y a la "artificialización" de lo realmente ocurrido.
Resulta algo obvio que la película es un aceptable ejemplo de explayación verídica de que en este mundo en que vivimos es posible que cualquier pesadilla (y luego hablamos de sueños) se haga realidad, de que Kafka no andaba tan desacertado en sus laberínticas, arrebatadoras y sublimes novelas.
Pero me parece obvio también y me salta a los ojos que esta es una película bajo sospecha, sibilina, de aires manieristas y algún poso de desaires xenófobos que huelen a cadáver revivido.