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The Guys from Paradise

Drama Basada en una serie de casos reales. Un hombre de negocios japonés en Filipinas es detenido y enviado a la cárcel Paradise, acusado de posesión de drogas. Confiando en su inocencia, piensa que pronto su abogado conseguirá que lo liberen, hasta que se da cuenta de que eso es algo que sólo podrá conseguir mediante cuantiosos sobornos. Resignado, deberá acostumbrarse a la vida en prisión e integrarse en un preculiar grupo de reclusos japoneses. (FILMAFFINITY) [+]
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
6 de junio de 2010
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kohei, un abnegado representante y empresario japonés, es detenido en Filipinas con un kilo de cocaína. La película empieza con su llegada a la cárcel Paradise, "paraíso". Allí encuentra un grupo de 3 compatriotas que compartirán celda con él: un camello, un pederasta y un yonkie muy loco. En Paradise las cosas funcionan como en la cabeza de Takashi Miike, de forma imprevisible. Aunque como espectadores podemos imaginarnos vagamente cuan mal están las cárceles en Filipinas, no es este tema de ninguna importancia en la película.


Otra vez, diferenciamos el cine japonés por su trabajo más profundo en las relaciones interpersonales y en la evolución y la humanidad de las personas a lo largo del largometraje. Yoshida, el mafias, no resulta ser más que un viejete estafador, el pederasta, que es doctor, es capaz de salvare la vida a una niña atropellada por su amor a las pequeñas campesinas de un pueblecito filipino. Fraternidad, humor, algo de violencia y algunos toques surrealistas conforman una de las mejores películas, a mi parecer, de Takashi Miike. Esta, junto con "Bird people in China", són las mejores de su lado más "soft", dejando para otros gustos las hiperviolentas "Ichi the Killer", "Sukiyaki Western Django" (menos) y las de pura mafia.
Muy recomedable, por ser cine abierto, diferente, de unos neuróticos japoneses, en medio de Filipinas. Quizás nos quedemos tan extrañados como lo hacen los niños de las calles al ver pasar las cámaras de Miike por en medio de Manila. Buena.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
hugotwenties
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2 de marzo de 2017
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Se abren las puertas de un infierno llamado Paradise. La muerte es mejor que la vida, la escapatoria es imposible...pero con dinero suficiente la cosa cambia...
Takashi Miike, el inefable, nos aprisiona entre paredes húmedas, suelos embarrados, cuerpos podridos. Y no nos percatamos de lo cerca que estamos del Paraíso.

Ya podría continuar esa tónica, la de ofrecer emocionantes historias ocupadas por personajes en emocionantes periplos existenciales; sin embargo, y pese a alguna excepción, a día de hoy prefiere seguir descolgándose por las adaptaciones de mangas y animes, el exceso visual y las costosas producciones, demostrándolo "TerraFormars" y la innecesaria secuela de "The Mole Song". Ojalá volviese a encarar esas obras tan eclécticas y valientes que hace una década determinaron su sello más allá de la "yakuza-eiga"; allá, perdida en los inicios del nuevo siglo, está "Tengoku kara Kita Otoko-tachi".
El sorprender con trabajos más dramáticos como "The Bird People in China" y "Audition" provocó una oferta de Nikkatsu para un gran proyecto que consistía en adaptar la novela biográfica, aun no publicada, del autor y periodista Yoji Hayashi, dando la oportunidad al director de volver a rodar fuera de casa, algo que ama. La producción, sin embargo, en plena Filipinas, fue muy complicada, en especial por la dificultad de rodar en cárceles reales con presos reales junto a un elenco que debía integrarse con ellos de manera auténtica; elenco también duro de manejar y que tiene de protagonista a la superestrella del "rock" Koji Yoshikawa, significando su regreso a la industria del cine tras décadas alejado de ella.

Por tanto, para quienes conozcan su personalidad intrépida y alocada, resulta extraño verle en la piel de alguien tan corriente como Hayasaka, un pobre hombre que en mitad de un asunto de negocios en Manila se ve atrapado en una extraña operación y sus huesos van a parar a Paradise, que se corresponde con la típica imagen que podemos tener de una penitenciaría filipina: corrupta, sudorosa, cruel y con hacinamiento masivo. El guión elimina convenientemente la profundización en la vida del protagonista que sí hacía la novela antes de acabar entre rejas, donde también era confuso el motivo de dicha detención (aquí se específica que es la posesión de droga).
Sin llegar a tratar en clave de denuncia las condiciones de la prisión ni el racismo contra los japoneses, Miike es directo, áspero y riguroso, y puede que ciertas situaciones se vean marcadas por su estilo impactante, incluso algo delirante, pero esta vez se apega al realismo crudo. Los compañeros de celda del tímido Hayasaka son pintorescos y no precisamente ejemplos de cordura (un drogadicto, un pedófilo, un ladrón de carácter exaltado), pero son creíbles, y el clima rezuma agobio en cada plano gracias a la fotografía de Hideo Yamamoto, quien tiñe las imágenes de un tono terroso, acorde con el barro y la porquería que pisan los personajes.

Lo que hace el guión es exponer la desvergonzada corrupción que domina en las tripas de la sociedad filipina, y empezando por el alcaide de la prisión, que ni corto ni perezoso afirma "Si no tienes dinero para sobornar no conseguirás nada". Así que, abandonado por sus compañeros de trabajo y su propia esposa, este "yuppie" tokiota poco a poco abre los ojos en el despiadado mundo al que le han lanzado; y cual mentor le ayuda Murakami, estafador camuflado de capo de la mafia en la cárcel y "socio" del alcaide. El veterano Tsutomu Yamazaki da una actuación tan honesta y auténtica que se merienda la pantalla y deja a Yoshikawa en un segundo plano.
Su personaje es buen ejemplo de lo que llena y da riqueza a "Otoko-tachi": las pequeñas historias y conflictos de cada individuo, sus miedos, ilusiones y obsesiones, que Miike retrata con la mayor humanidad posible (Sakamoto admite ser un pedófilo, pero asimismo su incapacidad para cambiar). Somos entonces parte del drama, empatizamos con sus desgracias y comprendemos tanto los actos de lealtad como los de traición, mientras una gran subtrama paralela ocupa el film (el grupo de gángsters que va tras Murakami), dándole toques de intriga y acción sin llegar a los excesos violentos a los que nos tiene acostumbrados el nipón.

Éstos, sin salirse de norma, empapan el último acto: la huida de prisión, un poco fuera de lugar, un poco gratuita, pero a este punto aceptamos cualquier cosa que puedan hacer el sufrido protagonista y sus compañeros, incluyendo a la algo fatal estafadora Namie (Nene Otsuka nunca deja clara su inclusión en este embrollo), por dejar atrás los muros de Paradise. La huida se convierte entonces en un viaje de descubrimiento, aprendizaje y sobre todo redención, como si estos presos sólo necesitasen de aire puro y espacio natural para obrar de forma humana.
Un sueño efímero, este viaje a lo profundo del bosque filipino da un carácter menos realista y más "de fábula" a la historia que, subrayándolo la llegada a ese pueblo tradicional, remite a la atmósfera misteriosa, suspendida y atemporal de "Bird People"; espiritualidad, amistad y sacrificio convergen en un clímax violento y fascinante, con la lección más sencilla que nos deja el cineasta: son las personas las únicas con poder para hacer del Mundo un paraíso o un infierno, y en ellas está elegir cuál prefieren habitar. Por su parte Kenichi Endo, su actor habitual a partir de entonces, nos sorprende de principio a fin con una interpretación magistral.

Con tomas urbanas de Filipinas que rodó sin permiso para capturar mejor la sensación de autenticidad, la película se estrenó con éxito, pero no alcanzó la importancia de la mencionada de 1.998 ni ha logrado destacar en su filmografía.
Difícil tarea al ubicarse entre dos producciones memorables y de fuerte calada internacional como fueron "Ichi, the Killer" y "Visitante "Q" "...erróneamente, pues "Otoko-tachi", aun en tierra de nadie y aunque muchos ni lo sepan, está entre las obras más poderosas de toda la carrera de Miike.
Chris Jiménez
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