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Gon, the Little Fox

7.5
207
Animación. Drama Gon es un travieso zorro que roba una anguila a un aldeano llamado Hyojyu. Hyojyu planeaba alimentar a su madre enferma con la anguila. Al morir la madre de Hyojyu, Gon empieza a dejar regalos en la casa de Hyojyu para intentar expiarse.
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Críticas ordenadas por utilidad
25 de abril de 2020
16 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede una persona entregar su vida a una profesión por dos razones: dinero o vocación. Takeshi Yashiro pertenece, clarísimamente, a la estirpe de cineastas alentados por la segunda.
Tras graduarse en Bellas Artes, empezó a trabajar, sin demasiado entusiasmo, en una compañía de realización de anuncios comerciales, donde dirigió gran cantidad de ellos, la mayoría de acción real. Por petición de algunos clientes, tomó un primer contacto con el stop-motion, y, a partir de ahí, no pudo parar de investigar sobre las diferentes técnicas relacionadas. Poco a poco, las fue incorporando en su trabajo, llegando a tal perfección que abrieron un pequeño departamento de unas 10 personas dedicado sólo a eso, que supervisa a tiempo completo actualmente y en el que compagina los anuncios con la realización de cortos (llevan 4 hasta el momento).
Takeshi es un “hombre orquesta” que se involucra personalmente a todos los niveles: dirección, producción, escritura del guión, diseño de personajes, storyboard, construcción del atrezzo y figuras en miniatura, montaje del set, grabación, animación manual… Entiendo su obsesión perfectamente, siempre me ha parecido que esta especialidad es de una exigencia máxima, que supone un reto enorme, ya que requiere la integración de más departamentos de arte que el resto de animaciones… y disciplina, y paciencia, y mucho mimo… y un pulso a prueba de bombas —aquí, un pequeño tropiezo puede suponer días de retraso, o semanas−. Además, el contacto directo de las yemas de los dedos con tus personajes parece crear un vínculo especialmente fuerte; de tu sensibilidad depende todo lo que seas capaz de transmitirle al espectador.

“Gon, the Little Fox” rezuma delicadeza por todos sus poros. Tiene el aroma de los productos cocinados a fuego lento, concretamente durante dos años, que es el tiempo que han estado trabajando en él.
Adapta la obra maestra de Niimi Nankichi —mundialmente conocido como el Hans Christian Andersen japonés—; y éste es, también, el mejor de los cortos de Takeshi hasta el momento. Es una opción ideal para ver en familia, niños y padres juntos; no me atrevería a anticipar quiénes lo disfrutarán más. Podría describirse la sensación que produce como estar dentro de un diorama vivo, formando parte de esa fábula, cuya moraleja se ha interpretado tradicionalmente en Japón como la equiparación de la madurez con la aceptación del destino, pero a la que yo saco otra lectura adicional relacionada con el peligro de los prejuicios basados en las apariencias.

Casi tan interesantes como la película son las conferencias del director en los festivales, muy centradas en los aspectos técnicos. Suele contar que empezó animando plastilina, pero que ha terminado por preferir la madera y el látex por la textura artesanal que consigue con ellos. Reconoce que con esos materiales se complica y ralentiza mucho todo el proceso, ya que no se pueden hacer moldes y se debe tallar cada pieza individualmente; además, transmiten rudeza y limitan la expresividad, obligando al personaje a mantener casi la misma personalidad desde el principio hasta el final. Afortunadamente, se sirve de pequeños trucos para paliar esos inconvenientes: diseña las caras pensando en encuadrarlas desde diferentes ángulos y con diferentes iluminaciones para variar las emociones, usa la música como elemento conductor clave, ajusta las historias y sus desarrollos a los recursos y no a la inversa.
En una de las charlas (creo que está colgada en Internet) me desarmó con una humilde autocrítica en el epílogo: como buen inconformista, le gustaría pasar a un formato de mayor duración, pero es consciente de que tendría que renunciar a sus materiales y técnicas predilectos, buscar sistemas más ágiles que le permitieran acelerar el trabajo sin perder la calidad. Al final, es lo que hacen Laika y Aardman, que juegan en ligas de otro nivel productivo. Será interesante ver si lo consigue algún día. Su estilo, desde luego, tiene una carga poética y un lirismo que ya los quisieran para sí las grandes compañías.

Tengo envidia de muy poca gente, pero sí de este tipo de artesanos que consiguen ganarse la vida trabajando con sus manos las artes plásticas. Lo dice todo el mundo que me conoce, que de pequeño me pasaba días enteros encerrado en mi cuarto, con la plastilina, creando películas imaginarias. Ahora, adulto, trabajo con computadoras. La gente está encerrada en casa con lo del coronavirus que se sube por las paredes, y yo casi ni noto la diferencia entre un día de confinamiento y otro de mi vida normal. ¡Maldita informática! ¡Quién fuera inmortal para no tener que comer! ¡Quién pudiera alimentarse de sus propias ilusiones!
jastarloa
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