Con una magnífica cabecera, una melodia pegadiza y mucha mala baba, crecimos con una de las primeras series de Canal + en abierto.

Chris Elliott crea un personaje salvaje, un repartidor de periódicos de treinta y tantos, atascado en el mismo empleo desde que era adolescente por su inmensa estupidez, viviendo en casa de sus padres (el padre del actor) que son dos cínicos jubilados que se pasan el día en bata. Su único amigo es su vecino, un infeliz casado con una arpía llamada Sharon y que es tan estúpido como él.

Y con las desventuras, originales y divertidas, pasa una primera temporada brutal. Luego llega la segunda con la novedad de que Chris se va de casa con un policía retirado, gruñón y violento, saliendo algunos personajes de la serie y entrando otros nuevos.

La segunda temporada me parece aun más salvaje que la primera, con algunos episodios épicos, logrando su cumbre con el irrepetible Vomitón, una maravilla.

Algunos dirán que eran tramas simples, forzadas, demasiado absurdas y el personaje exageradísimo. Mi opinión es que es una joya del humor irreverente, absurdo y rezuma mucha más inteligencia de lo que parece.

35 episodios y nada de finales abiertos, lo bueno, si breve...