Es importante ir a ver La Joven del Agua con una idea básica de lo que te encontrarás, porque es una película que no se asemeja demasiado a ninguna de las anteriores de Shyamalan. Es nada más y nada menos que un leyenda, un cuento de hadas, una historia llena de fantasia, contada tal y como cualquier padre la contaría a sus hijos antes de irse a la cama (precisamente así nació en el director la idea de esta película). Y si algo sucede con los cuentos, es que uno se cree todo lo que le cuentan, sin pensar ni buscar explicaciones; ésto es lo que le pide La Joven del Agua al espectador. Puede contener algunas incoherencias, un guión algo riguroso en algunos momentos, recursos un poco flojos, etc. pero si te olvidas de todo ésto y te concentras en seguir la historia sin perderte ningún detalle, te mantiene expectante, incluso fascinado, hasta el último momento.

Se trata de una película hecha para disfrutarla mientras la ves. Cuando acaba y empiezas a analizar, te das cuenta que cinematográficamente tiene muchos aspectos mejorables y que algunas escenas, si lo piensas bien, incluso son algo cutres, pero como ya he dicho, ante una película como esta quizás es mejor olvidarse de todo ésto y quedarse con la trama y el mundo fantástico en los cuáles te sumerge Shyamalan durante casi 2 horas. Es cierto que no tiene la intensidad y el suspense a los que nos tenía acostumbrados el director, pero en ningún momento resulta aburrida y enseguida despierta un gran interés para saber cómo acabará todo. También destaca la caracterización de los diferentes personajes, el papel que acaba jugando cada uno de ellos y los toques de humor que aportan a la película. Todo eso propicia a La Joven del Agua un encanto propio muy especial y por eso ya vale la pena verla, al menos una vez.