Supongo que a la hora de valorar cualquier película, uno puede tomar dos vías: mirar y tratar al filme como uno más en la cadena de largometrajes del séptimo arte, valorarlo en conjunto, como con cualquier cinta se haría, y saber ver su riesgo, su originalidad, el punto de inflexión que pueda suponer, su calidad general y su lugar dentro de la historia del cine. La segunda vía consistiría en mirar a esa película tan solo dentro de sus pretensiones, no intentar compararla con cualquier otra aportación cinematográfica, sino sólo dentro de su propio género, dentro de sus propias aspiraciones.

Si se analiza Asalto al Poder (o White House Down) bajo el prisma de la primera vía, es una película que sale escaldada se mire por donde se mire, la enésima repetición de tópicos y lugares comunes de una cinta de acción hecha con escuadra y cartabón, a imagen y semejanza de cientos de películas similares, basadas en la pirotecnia, en los personajes tópicos y unidimensionales y en las situaciones (y hasta imágenes) ya vistas anteriormente.

Pero si se analiza Asalto al Poder desde esa segunda vía, es ésta una peli de acción sin más pretensión que hacer pasar un buen rato, disfrutar de la visión gigantista de ese director, Roland Emmerich, que cuando sabe que su cine no es serio, regala sus mejores situaciones, esa creación y recreación en la destrucción de América como icono, y en su salvación por parte del héroe común del proletariado.

Asalto al Poder, al contrario que su hermana y competidora directa Objetivo: La Casa Blanca (u Olympus has Fallen; ¡qué manía con cambiar los títulos!), no se toma en serio en ningún momento a sí misma, y por eso acaba resultando divertida, por el sentido del humor, la despreocupación general de un conjunto que se sabe para consumo rápido. Su reparto, de lo más atinado, sabe que lo que aquí vale es el carisma personal, la química común y el disfrute general (Tatum, Foxx, Gyllenhaal, Woods, Jenkins son todos buenos actores, y se lo pasan en grande en semejante payasada), y por eso, sin ofender ni apasionar, Asalto al poder acaba divirtiendo como aventura rebosante de explosiones y testosterona.