Dramón judicial de muchísimo éxito en su momento, en esa moda de los ochenta/noventa en la que los best sellers de John Grisham se convertían en taquillazos hollywoodienses y en la que este género contó incluso con sus propias figuras reconocidas, como el escritor de Acusados que años atrás también dirigió y escribió Loca, con Barbra Streisand.

Acusados, al formar parte de ese alud de producciones sobre juicios y venganzas que invadió el cine en esta época (con ejemplos tan distintos como todas las adaptaciones de John Grisham, Las dos caras de la Verdad, El escándalo de Larry Flint, Fantasmas del Pasado, Presunto Inocente, Veredicto Final, Loca...), adolece de una excesiva acumulación de clichés que la hacen de lo más previsible. Y lo que pretendió en su época al ser una de las primeras películas que afrontaba directamente un tema tan espinoso como la violación; hoy se ve como una cinta excesivamente localista y de una trascendencia impostada que le da más aire de telefilm que de alegato por la justicia, la decencia y la libertad de la mujer.

La poca imaginación de su director puede ser la causa más evidente de tales lastres, pero sería injusto negarle las virtudes a una película que consigue mantener el interés en la línea de las mejores películas judiciales (como alguna de las antes citadas), gracias en gran parte al buen trabajo de los actores en general y de Jodie Foster en particular.

En su primer papel verdaderamente importante más de diez años después de Taxi Diver, la pequeña actriz avasalla con toda la película gracias a un descarnado y compasivo retrato del prototípico modelo de white trash woman estadounidense. Su soledad, su profundo desconocimiento del peligro y su salvaje instinto de supervivencia ponen las gotas necesarias de emoción, de realidad y de reivindicación a una película correcta que es excelente cuando ella aparece en pantalla.