Simplificando mucho se podría afirmar que una película funciona cuando consigue crear en el espectador la sensación básica para la que fue rodada. Es decir, una película de terror debe dar miedo, y una comedia debe hacer sonreir. Otra cosa son las métodos empleados y su competencia en el uso.

En el caso que nos ocupa, Pixar ha arriesgado más que nunca, buscando trascender la simple aventura infantil y crear una nueva forma de entender el cine de animación. Wall-e tiene un componente infantil y familiar, ciertamente, pero su registro huye de la aventura tradicional con sus animalitos chistosos, la acción desbocada y el humor de diálogo. Lo que hay es una aventura que quiere profundizar en un estilo más, por llamarlo de alguna manera, adulto y que bebe claramente de la comedia clásica. Nos encontramos con un humor físico muy cercano al de Jacques Tati y una ternura heredada de Chaplin. Todo ello enmarcado en una historia de amor y de ecología, no exenta de cierta crítica ácida hacia el sistema de vida occidental y las nefastas consecuencias que podría traer tanto consumo desbocado y tanta comodidad. A pesar de ello no se renuncia a mostrar que el ser humano tambien tiene su lado bueno, y que cuando se lo propone es capaz de hacer cosas tan impensables como conseguir humanizar a un frío robot.
Pero es que además todo esto está facturado en el mejor envoltorio posible, donde la técnica de Pixar da un salto adelante espectacular y llega a un nivel de perfección que asombra y deslumbra a partes iguales.

Dicho esto se podría llegar a la conclusión de que con estos mimbres estamos ante una obra maestra del cine, o cuando menos la mejor película de animación de todos los tiempos. Por desgracia esto no es así, porque a pesar de todas las virtudes que atesora, y el mérito del riesgo contraido, Wall-e es una película que aburre, y mucho. Esto se debe sín duda al ritmo, o mejor dicho, a la falta del mismo. La trama resulta demasiado endeble y monótona para su duración, y ello repercute de forma muy negativa. Así se pasa de unos primeros 45 minutos que van decayendo, por lo repetitivo de las situaciones, a una segunda parte más intensa, más dinámica, pero que cojea por su atropellamiento argumental. Tampoco da en la tecla el tono romántico del film, que acaba siendo muy del gusto americano, es decir de una gazmoñería insoportable, provocando la consiguiente subida de azúcar en el espectador.

Por ello Wall-e, aunque realmente se constituya como un hito en la calidad técnica y marque el camino a futuras producciones, no alcanza el status de obra maestra que pretendía, y que quizás se hubiera ajustado mejor al formato cortometraje. Sín duda no hay mejor balance para un film como éste que el contemplar las reacciones del público, y si éstos, niños y adultos bostezan, es que algo ha fallado.

Lo mejor: Sus intenciones y su perfecta factura técnica.
Lo peor: Que no sea capaz de transmitir emoción más allá de alguna escena concreta.