Se podría calificar sin ningún género de dudas a Quentin Tarantino como el rey de la exploitation actual. Sin duda su capacidad cinéfaga para absorber y revisitar todo un mundo de cine basura y ya de paso convertirlo en un producto de calidad es digno de elogio. Lo que ya no lo es tanto es que aprovechando el filón se dedique a producir, o al menos a dar cobertura, a subproductos firmados por amiguetes, que naturalmente darán su rendimiento económico, pero que cinematográficamente hablando no aportan más que gamberradas divertidas, en el mejor de los casos, o como en este Hell Ride, un motivo más para hundir un prestigio ganado a pulso.

En este ocasión, es Larry Bishop, secundario en Kill Bill volumen 2, quién protagoniza y dirige, por decir algo el producto con la consigna clara de ofrecer al público lo que se espera, en este caso un reparto que ha sido rebañado de la filmografía tarantiniana y unas dosis de violencia y desnudos que marcan claramente el componente exploit del film, subiéndolos un par de peldaños dejando constancia de la vocación de serie B del film.

Esto es a grandes rasgos todo lo que se puede comentar de la película, puesto que el guión se reduce a una serie de frases cuya única función es demostrar cuantas veces se puede utilizar la palabra fuck (y derivados) en una misma línea, una trama vacía y estúpida que gira en torno al mundo de los moteros y una filmación de corte posmoderno, con abundancia de zooms, planos cortos y flashbacks tan estúpidos e innecesarios como mal inseridos en la tabla de montaje.

Esto no significa que el cine exploitation tenga que ser malo per se, se trata de que una reivindicación de un género tan maltratado por la crítica como este se exprese a través de productos cinematográficamente competentes. Mientras se siga la senda de desvaríos psicotrópicos como este lamentablemente el resultado será precisamente el contrario al deseado, es decir el ninguneo y el desprecio más absoluto para esta clase de films.