Una primera parte en la que dos personajes solitarios recorren un paisaje como sacado de un cuadro de Edward Hopper a través de las calles de Madrid da paso a una segunda parte en la que todo cambia: la luminosidad blanca del día lleva a un cambio radical en la pareja sin una posible vuelta atrás.

Diálogos ágiles, demasiado creíbles. Imágenes que mezclan influencias de Haneke o de Mike Leigh por ese cambio repentino que produce en el espectador un impacto que no esperas.

Una sorpresa en el cine español, con temas, como ocurre con el caso de “La herida” un tanto desesperanzados de personajes extremos en los que lo importante es el argumento y la forma en que se llevan a cabo desprendiéndose de todo artificio.