El pueblo escandinavo fue durante los siglos XIX y XX cuna de grandes aventureros y exploradores, audaces e intrépidos hombres que quisieron ir siempre un paso mas allá para demostrar que ni el hombre ni la naturaleza suponían una barrera, entre ellos se encuentran los miembros del “navío” Kon-Tiki, liderados por Thor Heyerdahl, un biólogo marino que con su expedición se gano el derecho a que su nombre figurara junto al de otros ilustres marineros como Jacques Cousteau, o los capitanes Ahab y Pescanova. Al final todos aquellos valerosos nórdicos quedaron ensombrecidos y renegados al ostracismo por la alargada sombra de los logros de Road Amundsen.

En “Kon-Tiki” la ambientación, los decorados y el vestuario cantan a kilómetros que son de pega, lo cual es bastante repelente, los colores tan vivos y un filtro tan nítido tampoco ayudan demasiado, quedando todo al final como con un toque muy de estudio, aunque no sabría decir si es por suerte o por desgracia, al final uno acaba acostumbrándose.

Pese a estar amparada en el “basado en un hecho real” con toda la épica que esto conlleva y pese a ser una recomendable película para ver junto a los padres, los abuelos, los churumbeles o mientras uno de magrea los muslos a la churri, “Kon-Tiki”, a no ser que de la campanada en los Oscar, cosa muy muy poco probable, quedará renegada a un segundo o tercer plano cinematográfico al no contar en la dirección con ningún director de renombre, ni con ninguna cara conocida en medio del reparto.

El film como con la mayoría de historias sobre retos y superaciones tiene sus puntos álgidos en las situaciones extremas que se nos plantean, de como no dejarse llevar por la locura y mantener la compostura en situaciones límite, situaciones que en general están bien llevadas, no obstante “Kon-Tiki” no pasa de ser una película entretenida y ya, pues fuera de estas no hay mas allá. Habrá que ver el documental en el que se basa la cinta presuponiendo que solo por ser documental ya ha de ser más interesante.