Pacto de ficcionalidad: es el trato implícito en el proceso de cualquier narración, según el cual el lector o espectador se compromete a creer lo que la obra le está contando, siempre que el autor respete su creación y mantenga la coherencia en la narración.

Es gracias a esto que disfrutamos de vampiros, hombres, lobo, súcubos, íncubos, superman y la hormiga atómica. Si lo llevamos incluso más al límite, disfrutaremos inmensamente de la comicidad en alteraciones dramáticas de la historia, como ya pasó en «Inglourious Basterds» de Quentin Tarantino.

En definitiva, el pacto de ficcionalidad nos hace disfrutar de la imaginación de otras personas.

Es por lo cual, si la explicación a la adaptación de cualquier obra que difiera diametralmente de la original es lo suficientemente buena, nos dejaremos llevar, con gusto, por el camino que nos propongan. Así que… Ok, hagamos que Louis de Pointe du Lac, en vez de un esclavista, sea un proxeneta negro. Si nos fijamos bien, el cambio del entorno no altera de modo negativo la historia, si la adaptación es buena. Y en este caso, lo es. Lo que me rompe los esquemas es que tras hacer un trabajo tan exhaustivo, coloquen a un personaje negro en un entorno igualmente hostil para negros, nativos americanos y cualquier persona que no fuese blanca. Hablamos de un proxeneta con casa, familia adinerada y posesiones que además emplea a blancos y blancas para que le sirvan. No es que fuese imposible, seguramente el trabajo de documentación histórica por parte de la productora será veraz. Pero cada vez que veo a una persona blanca dirigirse a una persona negra y tratarla con respeto o incluso reverencia en aquella época, me saca totalmente de la historia. No me lo puedo creer.

En lo demás, seguro que la serie tiene un gran futuro. El espíritu de la novela y de su escritora está muy presente y tanto las actuaciones como la producción de la misma son exquisitas. El mejor Lestat desde 1994.