Excelente melodrama dirigido por un Richard Quine en el mejor momento de su carrera que añade a una atractiva trama un punto de osadía y un toque de modernidad francamente destacables. Estamos en 1960, el proceso de liberación de la mujer que estallará definitivamente a lo largo de la década se halla todavía en fase embrionaria, y en estas a alguien se le ocurre contarnos una historia de adulterio. Nada menos.

Larry (Kirk Douglas) es un arquitecto de prestigio, un señor que construye casas, pero que no duda ni un momento en destruir un hogar, el suyo propio, cuando se cruza en su camino la bella Maggie (Kim Novak), madre de uno de los compañeros de clase de su hijo. Ambos iniciarán poco a poco un romance peligroso y clandestino exponiéndose a la consecuente reprobación social (atención al papel de Walter Matthau , breve pero que sin embargo deja un gran poso.)

Tanto Douglas como Novak bordan sus respectivos papeles como no podía ser de otra forma, y la química que se establece entre ellos es impactante. Resulta todo un acierto utilizar la belleza salvaje de Novak para personificar a la mujer en un momento crítico de su vida en el que teme perder su poder de atracción ante el sexo opuesto. Es evidente la carga erótica de algunas escenas, nada sutil por cierto y sin necesidad de recurrir a las secuencias de cama y de sexo con las que sin duda nos habría abrumado cualquier director que se hubiese atrevido a rodar esta historia en nuestros días.

Casi lo mejor del film es la ausencia de moralina final. Quine se la ahorra en una película que quizá se prestaba a ello, aunque sólo hubiese servido de mera justificación. El espectador queda finalmente libre de condenar o aceptar la actitud de los dos amantes según su criterio.