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Juan Solo rating:
10
8.1
55,305
Comedy. Drama. Romance
Isaac’s sentimental life isn’t perfect. His ex-wife is writing a book revealing the couple’s intimacies. Although he’s dating Tracy, a student much younger than himself, he has started to really like his best friend’s mistress, Mary. His is yet another of the little tragicomedies occurring in a black and white New York moving to the beat of George Gershwin’s music.
Language of the review:
- es
April 8, 2010
40 of 46 users found this review helpful
Pues sí, resulta que, en contra de lo que pudiera pensar más de uno, la más bella historia de amor jamás filmada no está dedicada ni inspirada en ninguna mujer ni tampoco en ningún hombre ni siquiera en un ser vivo. La singular destinataria de la más extraordinaria de las declaraciones amorosas hechas cine es una ciudad llamada Nueva York y su autor un pequeño gran genio que responde al nombre de Woody Allen.
Sin embargo, muchos consideramos que Manhattan es mucho más que una película y la hemos adoptado ya como nuestro gran referente cultural, sentimental y me atrevería a decir que hasta incluso intelectual y moral. El rito de sentarse una o dos veces al año a ver este film – que yo cumplo religiosamente- implica enfrentarte a una experiencia que traspasa con creces los límites de lo meramente cinematográfico. Y es que Manhattan supone el kilómoetro 0 del recorrido por la educación sentimental de toda una generación y de aquellos que por voluntad propia hemos decidido adherirnos a la misma, y es al mismo tiempo una película que dentro de ochenta años seguirá igual de moderna que era el día en que se estrenó.
Cada vez que recuperas esta película se obra un pequeño milagro y caes en la cuenta de la cantidad de personas que consagran su vida a escribir, a crear, a componer, a explicarnos a los demás su visión del mundo a través del arte. Porque el arte no es ni más ni menos que eso, un don privilegiado y maravilloso que tienen algunos para explicarse y explicarnos el mundo y la vida. La escena en la que vemos a Woody, tumbado en su sofá recitándole a su grabadora las cosas que hacen que la vida merezca la pena antes de lanzarse a las calles en busca del último y desesperado intento por retener a su amor imposible es toda una declaración de principios al respecto. Si tuviera que hacer yo una lista con las cosas por las que la vida merece la pena ser vivida, sin duda Manhattan sería una de mis primeras opciones.
Sólo por la presencia de esta escena, por su maravilloso arranque y su espectacular epílogo con ese castillo de fuegos artificiales y la rapsodia en azul de Gerswin sonando de fondo, esta película ya merecería un lugar privilegiado en los anales del Séptimo Arte. Al igual que Isaac no encuentra las palabras precisas para describir el amor por su ciudad, a muchos nos cuesta encontrar las palabras para expresar lo que sentimos hacia esta película. Un maravilloso poema de amor al arte, a la vida.. a Manhattan (y ahora que entre la música de Gershwin in crescendo, por favor)
Sin embargo, muchos consideramos que Manhattan es mucho más que una película y la hemos adoptado ya como nuestro gran referente cultural, sentimental y me atrevería a decir que hasta incluso intelectual y moral. El rito de sentarse una o dos veces al año a ver este film – que yo cumplo religiosamente- implica enfrentarte a una experiencia que traspasa con creces los límites de lo meramente cinematográfico. Y es que Manhattan supone el kilómoetro 0 del recorrido por la educación sentimental de toda una generación y de aquellos que por voluntad propia hemos decidido adherirnos a la misma, y es al mismo tiempo una película que dentro de ochenta años seguirá igual de moderna que era el día en que se estrenó.
Cada vez que recuperas esta película se obra un pequeño milagro y caes en la cuenta de la cantidad de personas que consagran su vida a escribir, a crear, a componer, a explicarnos a los demás su visión del mundo a través del arte. Porque el arte no es ni más ni menos que eso, un don privilegiado y maravilloso que tienen algunos para explicarse y explicarnos el mundo y la vida. La escena en la que vemos a Woody, tumbado en su sofá recitándole a su grabadora las cosas que hacen que la vida merezca la pena antes de lanzarse a las calles en busca del último y desesperado intento por retener a su amor imposible es toda una declaración de principios al respecto. Si tuviera que hacer yo una lista con las cosas por las que la vida merece la pena ser vivida, sin duda Manhattan sería una de mis primeras opciones.
Sólo por la presencia de esta escena, por su maravilloso arranque y su espectacular epílogo con ese castillo de fuegos artificiales y la rapsodia en azul de Gerswin sonando de fondo, esta película ya merecería un lugar privilegiado en los anales del Séptimo Arte. Al igual que Isaac no encuentra las palabras precisas para describir el amor por su ciudad, a muchos nos cuesta encontrar las palabras para expresar lo que sentimos hacia esta película. Un maravilloso poema de amor al arte, a la vida.. a Manhattan (y ahora que entre la música de Gershwin in crescendo, por favor)
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
Capítulo primero. Él adoraba Nueva York. La idolatraba de un modo desproporcionado... no, no, mejor así... Él la sentimentalizaba desmesurádamente... eso es... para él, sin importar la época del año, aquella seguía siendo una ciudad en blanco y negro que latía a los acordes de las melodías de George Gershwin... eh, no, volvamos a empezar... Capítulo primero. Él sentía demasiado románticamente Manhattan. Vibraba con la agitación de las multitudes y del tráfico. Para él, Nueva York era bellas mujeres y hombres que estaban de vuelta de todo... no, tópico, demasiado tópico y superficial. Algo más profundo, a ver... Capítulo primero. Él adoraba Nueva York. Para él, era una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea. La misma falta de integridad que empuja a buscar las salidas fáciles convertía la ciudad de sus sueños en... no, no, no, suena a sermón. Quiero decir que, en fin, tengo que reconocerlo, quiero vender libros... Capítulo primero. Adoraba Nueva York, aunque para él era una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea. Qué difícil era sobrevivir en una sociedad insensibilizada por la droga, la música estruenduosa, la televisión, la delincuencia, la basura... uhm, no, demasiado amargo, no quiero serlo... Capítulo primero. Él era tan duro y romántico como la ciudad a la que amaba. Tras sus gafas de montura negra se agazapaba el vibrante poder sexual de un jaguar... je, esto me encanta... Nueva York era su ciudad y siempre lo sería.