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Juan Solo rating:
10
7.8
32,417
Drama. Musical
It is the city of Berlin in 1931, a time when political unrest racks the country, the economy has been destroyed, and millions of unemployed roam the streets. Enter into this chaos an American cabaret dancer, working at the downtown "Kit-Kat club" where anything goes on the stage. Into this young dancer's life come several characters such as a rich German politician, a young Jewish man struggling with his identity, an Englishman teacher ... [+]
Language of the review:
- es
October 20, 2014
22 of 22 users found this review helpful
Antes de ponernos a discutir todos sobre si “Cabaret” es o no el mejor musical de la Historia del Cine, quizá debiéramos preguntarnos primero si “Cabaret” es realmente un musical. Sí, por supuesto hay música, hay canciones - ¡ y qué música¡ ¡ y qué canciones¡- pero es que no puede ser de otra forma; la acción transcurre donde transcurre y sus protagonistas se dedican a lo que se dedican. Los números y las actuaciones se suceden y se insertan de una forma natural a la trama. Y la trama es tremenda, ambientada en uno de los periodos más espeluznantes de la más reciente historia de la Humanidad. Bob Fosse se encarga de desmontar una a una todas las reglas no escritas del género. Aquí no verán a nadie ponerse a cantar o a bailar en medio de una escena o de un diálogo, eso que tanto irrita a los detractores de este tipo de películas. Muchos de los actores principales ni siquiera cantan. No hay nada forzado, nada resulta artificial.
Convengamos pues en que “Cabaret” es un musical diferente, atípico. Y triste. Ya había habido antecedentes al respecto, pero en “West Side Story” uno tenía el referente de un final marcado por la tragedia, y los efectos podían considerarse mucho menos devastadores. Más que ningún otro género cinematográfico, el musical es un estado de ánimo. Uno sale de ver “Grease” o “Cantando bajo la lluvia” con unas ganas locas de vivir, de imitar a Travolta o a Gene Kelly y ponerse a saltar y a cantar encima de los charcos mandándolo todo a paseo. Nada de eso sucede en “Cabaret”.
Berlín, 1931, la cosa no está para muchas fiestas, pero entre los muros del Kit Kat uno puede olvidarse por un rato del horror que se viene encima ( ¿no puede ser el cabaret una metáfora del mismo cine que también tiene como uno de sus objetivos evadirnos de la realidad?). Fuera está la barbarie, el espanto. Dentro, sin embargo, todo es bello, las mujeres son bellas, ¡¡ hasta la orquesta es bella¡¡ La vida es bella porque la vida es un cabaret ni más ni menos.
Así pues, pasen y vean, podrán disfrutar de la maravillosa estrella internacional Sally Bowles recién llegada de Norteamérica pero que no se sabe muy bien hacia dónde va, sólo que cada día se levanta con la ilusión de que sí, de que quizá esta vez gane. No se pierdan el espectacular número de la lucha de las chicas en el barro, ni el del pobre hombre enamorado de una mona, ni, en fin, el coro de angelicales criaturas cantando que el mañana les pertenece. Así son las veladas en el Kit Kat, todo transcurre entre lo frívolo, lo patético y lo kistch. La vida, como el cabaret, tiene un poco de esas tres cosas.
“Cabaret” es una de esas películas imprescindibles de la Historia del Cine. Ganar 8 Oscars en un mismo año es increíble, pero hacerlo en una edición en la que una de tus rivales es “El Padrino” es toda una proeza. Bob Fosse le arrebató al gran Coppola la estatuilla al mejor director, Al Pacino tuvo que ver como Joel Grey subía a recoger el premio que todo el mundo le daba a él de antemano. Hoy nada de eso nos resulta un escándalo.
Convengamos pues en que “Cabaret” es un musical diferente, atípico. Y triste. Ya había habido antecedentes al respecto, pero en “West Side Story” uno tenía el referente de un final marcado por la tragedia, y los efectos podían considerarse mucho menos devastadores. Más que ningún otro género cinematográfico, el musical es un estado de ánimo. Uno sale de ver “Grease” o “Cantando bajo la lluvia” con unas ganas locas de vivir, de imitar a Travolta o a Gene Kelly y ponerse a saltar y a cantar encima de los charcos mandándolo todo a paseo. Nada de eso sucede en “Cabaret”.
Berlín, 1931, la cosa no está para muchas fiestas, pero entre los muros del Kit Kat uno puede olvidarse por un rato del horror que se viene encima ( ¿no puede ser el cabaret una metáfora del mismo cine que también tiene como uno de sus objetivos evadirnos de la realidad?). Fuera está la barbarie, el espanto. Dentro, sin embargo, todo es bello, las mujeres son bellas, ¡¡ hasta la orquesta es bella¡¡ La vida es bella porque la vida es un cabaret ni más ni menos.
Así pues, pasen y vean, podrán disfrutar de la maravillosa estrella internacional Sally Bowles recién llegada de Norteamérica pero que no se sabe muy bien hacia dónde va, sólo que cada día se levanta con la ilusión de que sí, de que quizá esta vez gane. No se pierdan el espectacular número de la lucha de las chicas en el barro, ni el del pobre hombre enamorado de una mona, ni, en fin, el coro de angelicales criaturas cantando que el mañana les pertenece. Así son las veladas en el Kit Kat, todo transcurre entre lo frívolo, lo patético y lo kistch. La vida, como el cabaret, tiene un poco de esas tres cosas.
“Cabaret” es una de esas películas imprescindibles de la Historia del Cine. Ganar 8 Oscars en un mismo año es increíble, pero hacerlo en una edición en la que una de tus rivales es “El Padrino” es toda una proeza. Bob Fosse le arrebató al gran Coppola la estatuilla al mejor director, Al Pacino tuvo que ver como Joel Grey subía a recoger el premio que todo el mundo le daba a él de antemano. Hoy nada de eso nos resulta un escándalo.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
“Cabaret” contiene una de las escenas que más me han impactado nunca y que siempre consigue ponerme la carne de gallina. El número del “Tomorrow belongs to me” es una obra maestra de la planificación en si mismo. Arranca con el primer plano de un joven de rostro angelical cantando lo que parece ser una dulce balada ante un auditorio de gente que disfruta tranquilamente de una soleada mañana en un merendero. El plano se va abriendo y el clima va in crescendo. La canción adquiere otro tono, los oyentes se unen al coro entonando lo que ya se ha convertido claramente en un himno de guerra. Un carro con animales se acerca y parece que se va a unir a la fiesta. Un anciano cabecea y no se levanta ni se suma al coro. La escena termina con una frase demoledora “¿Todavía crees que les podréis parar los pies?”. No, no pudieron. “Tomorrow belongs to me” o de cómo un pueblo se dejó arrastrar hacia el paroxismo más absoluto por un loco.
El final es también memorable. Es la antiapoteosis. El maestro de ceremonias despide la velada y la cámara se desplaza hacia una de las vidrieras situadas a un lado del escenario. Apenas se refleja la silueta de algunos espectadores, monstruos deformes y grotescos, aunque se distingue muy bien la insignia que llevan sellada al brazo. En silencio, sin música, comienzan a aparecer los títulos de crédito.
El final es también memorable. Es la antiapoteosis. El maestro de ceremonias despide la velada y la cámara se desplaza hacia una de las vidrieras situadas a un lado del escenario. Apenas se refleja la silueta de algunos espectadores, monstruos deformes y grotescos, aunque se distingue muy bien la insignia que llevan sellada al brazo. En silencio, sin música, comienzan a aparecer los títulos de crédito.