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Juan Solo rating:
3
7.0
47,717
Sci-Fi
Thirty years after the events of the first film, a new blade runner, LAPD Officer K (Ryan Gosling), unearths a long-buried secret that has the potential to plunge whats left of society into chaos. K's discovery leads him on a quest to find Rick Deckard (Harrison Ford), a former LAPD blade runner who has been missing for 30 years.
Language of the review:
- es
October 14, 2017
10 of 14 users found this review helpful
De entrada he de confesar que nunca he sentido lo que se dice predilección por el “Blade Runner” de Ridley Scott. Tampoco he llegado a entender nunca muy bien la vitola de película de culto y de mito intocable que tiene la película del 82, que me parece larga (comparado con los 163 minutos de ésta ahora se me hace hasta corta), aburrida y por supuesto sobrevalorada. Siempre la vi como una película bastante pagada de sí misma, autoconsciente de su trascendencia (ni siquiera “2001” me lo parece) y plagada de citas rimbombantes y presuntamente elevadas que en el fondo son de una vacuidad y de un infantilismo pasmosos. (para colmo, la más famosa de ellas es producto de la improvisación de un actor que se la sacó de la manga cinco minutos antes de empezar a rodar la toma).
Naturalmente, sería un estúpido y no tendría derecho a llamarme a mí mismo cinéfilo si no viera cosas en este film que con su deslumbrante estética marcó un antes y un después no sólo en la historia de la sci-fi, sino también en la del cine en general. Destaco, claro está, la memorable banda sonora de Vangelis, pero más allá de estos dos aspectos no veo mucho más francamente. Como distopía, “Blade Runner” siempre me pareció muy light, muy de diseño; en el fondo me produce rechazo el concepto de replicante que, creo, estaba tratado de otra forma en la novela de Philip K.S. Dick en la que se basa la cinta. No sé pero me da en la nariz que algo bastante del espíritu del relato original – no lo he leído- se perdió como una lágrima en la lluvia en el momento de ser llevado a la gran pantalla.
Dicho esto, me acerco al cine a ver este “Blade Runner: 2049” sin ningún tipo de presión, sabedor de que no hay margen para la decepción. Sé que no me voy a tirar de los pelos si la película es una patata porque viene de donde viene; y al revés, aplaudiré con las orejas a Villeneuve si ha hecho algo realmente digno, y ha sabido en parte, reflotar la nave. Y sinceramente, creo que el trabajo del director de “Enemy” o “Sicario” merece ser elogiado por parte de los entusiastas del film original; es consciente de que no puede superarlo, y al mismo tiempo entrega una obra sumamente respetuosa y acorde con su espíritu. Pero ya digo que yo no soy fan de la causa, así que se queda sin mi aplauso.
Salta a la vista, y eso no me lo han negado ni quienes han salido convencidos de la película, que a ésta le sobra media hora de revés, si no más. La búsqueda del mito Deckard se hace interminable, con escenas y diálogos que no aportan nada y con un Ryan Gosling con cara de estreñido y mala leche permanente. Por fin, se produce el encuentro – la escena no puede ser más patética- y la película cambia de registro, pero no por ello mejora
Así que pienso que qué me queda a mí, que ya digo que no soy adicto, del “Blade Runner” original. La estética sigue siendo deslumbrante, y la fotografía de Deakins meritoria, pero después de 35 años copiándola hasta la saciedad ya está más que asumida. No sorprende. Tampoco está Vangelis, y su lugar lo ocupa ahora Hans Zimmer. Le pasé lo de “Dunkerke” con reparos pero como siga con la manía de convertir cada efecto de sonido en una nota y en una melodía, hasta aquí hemos llegado. Y por cierto veo que no soy el único que ve un paralelismo entre esta secuela y el –patético- séptimo episodio de la saga “Star Wars” En ambos casos, en efecto, el esquema es el mismo y se reduce a la búsqueda del mito – Deckard aquí, Luke Skywalker en el film de J.J. Abrahams. Y luego está lo de tirar de hijos secretos de los protagonistas originales para intentar estirar la franquicia. Si es que, desde luego, ya no hay imaginación ni hay nada.
Naturalmente, sería un estúpido y no tendría derecho a llamarme a mí mismo cinéfilo si no viera cosas en este film que con su deslumbrante estética marcó un antes y un después no sólo en la historia de la sci-fi, sino también en la del cine en general. Destaco, claro está, la memorable banda sonora de Vangelis, pero más allá de estos dos aspectos no veo mucho más francamente. Como distopía, “Blade Runner” siempre me pareció muy light, muy de diseño; en el fondo me produce rechazo el concepto de replicante que, creo, estaba tratado de otra forma en la novela de Philip K.S. Dick en la que se basa la cinta. No sé pero me da en la nariz que algo bastante del espíritu del relato original – no lo he leído- se perdió como una lágrima en la lluvia en el momento de ser llevado a la gran pantalla.
Dicho esto, me acerco al cine a ver este “Blade Runner: 2049” sin ningún tipo de presión, sabedor de que no hay margen para la decepción. Sé que no me voy a tirar de los pelos si la película es una patata porque viene de donde viene; y al revés, aplaudiré con las orejas a Villeneuve si ha hecho algo realmente digno, y ha sabido en parte, reflotar la nave. Y sinceramente, creo que el trabajo del director de “Enemy” o “Sicario” merece ser elogiado por parte de los entusiastas del film original; es consciente de que no puede superarlo, y al mismo tiempo entrega una obra sumamente respetuosa y acorde con su espíritu. Pero ya digo que yo no soy fan de la causa, así que se queda sin mi aplauso.
Salta a la vista, y eso no me lo han negado ni quienes han salido convencidos de la película, que a ésta le sobra media hora de revés, si no más. La búsqueda del mito Deckard se hace interminable, con escenas y diálogos que no aportan nada y con un Ryan Gosling con cara de estreñido y mala leche permanente. Por fin, se produce el encuentro – la escena no puede ser más patética- y la película cambia de registro, pero no por ello mejora
Así que pienso que qué me queda a mí, que ya digo que no soy adicto, del “Blade Runner” original. La estética sigue siendo deslumbrante, y la fotografía de Deakins meritoria, pero después de 35 años copiándola hasta la saciedad ya está más que asumida. No sorprende. Tampoco está Vangelis, y su lugar lo ocupa ahora Hans Zimmer. Le pasé lo de “Dunkerke” con reparos pero como siga con la manía de convertir cada efecto de sonido en una nota y en una melodía, hasta aquí hemos llegado. Y por cierto veo que no soy el único que ve un paralelismo entre esta secuela y el –patético- séptimo episodio de la saga “Star Wars” En ambos casos, en efecto, el esquema es el mismo y se reduce a la búsqueda del mito – Deckard aquí, Luke Skywalker en el film de J.J. Abrahams. Y luego está lo de tirar de hijos secretos de los protagonistas originales para intentar estirar la franquicia. Si es que, desde luego, ya no hay imaginación ni hay nada.