Si la capacidad de fabulación representa uno de los mayores créditos en la narrativa cinematográfica, esta película puede erigirse en uno de sus paradigmas.
Sencillez y eficacia, naturalidad y sofisticación, imaginación, credibilidad y fantasía componen la combinación formal y conceptual que definen los perfiles del film.
El guión se apoya en un argumento magnífico a partir de una historia cotidiana y C. Walters dirige la obra para que la magia llegue al espectador con sutileza y elegancia.
Ahí están J. Garland, P. Lawford y A. Miller dejando sobre el celuloide la impronta de su buen hacer.
La culminación la establece la personalidad de F. Astaire con su dominio de la escena, su carisma endiablado y su singular capacidad para convertir la interpretación en obra maestra.
Ritmo, humor, desenfado e inolvidables números musicales así como coreografías excelentes invitan a no perder ni un fotograma.