La peli, propiamente dicha, comienza con el grito de una desconocida. Esta mujer de la que casi nada sabemos será central en la historia del Inquilino puesto que se expanderá desde el terror que ha concebido hasta el terror que ella misma provoca ahora. La obra de Polansky se adentra en las metamorfosis del inconciente para dar creación a un monstruo que se auto anula.

Numerosos elementos se ponen en juego a la hora de visionar esta singular peli. En principio, el extrañamiento va de menor a mayor, provocando una sensación de inquietud que parte de el protagonista pero que abarca todo el contexto que lo circunda: los vecinos son anormales, hay algo de rayano y oscuro en el accionar de ese curioso conventillo, algo quimérico justamente. El caracter indeciso del héroe de turno favorece su despersonalización, y en última instancia todos los misterios que no se resuelven terminan formando parte de su visión distorsionada de lo que le acontece. Pesadilla diurna o tormento onírico, El quimérico inquilino nos explica con estilo los riesgos sobre la falta de auto determinación en lo que somos o hacemos.

Preciosa aunque turbia desde la puesta en escena, más de uno puede salir despavorido de ese mundo, lo cual solo quiere decir una cosa: algo funciona muy bien en esta peli.