Si bien es cierto que el contenido de La prima sabe expresarse y desarrollarse con la suficiencia necesaria como para llegarnos a un rincón de nuestro corazoncito, no por eso puedo dejar de apreciar que la peli demuestra una y otra vez una sola faceta: la que pretende demostrar, pero rodeada de contextos y situaciones que se hilvanan de manera completamente caprichosa.

Como producto es tierno, bello por momentos y bidimensional de manera constante. Presente y pasado se mezclan cual arroz con leche (eso sí, por suerte sin azúcar de más) para generar sentimientos contrapuestos que buscan un sentir universal pero de manera bastante, por no decir totalmente, anecdótica. Como si ese rejunte de viejos momentos realzara la figura de LA madre por excelencia. Genial, porque lo logra, pero defectuosa porque lo consigue a los diez minutos de comenzada la peli y luego se contenta con repetirse sin parar.

No hay evolución de los personajes: apenas un antes y un después que resultan difíciles de poner en sintonía, generando un abismo peligroso en donde uno se pregunta que pasó en el medio. Algo que se explica con moneditas y en medio de ese laberinto de diálogos en donde no queda más remedio que discriminar los que realmente tienen peso argumental de los que sirven como mero relleno.

No pongo en discusión su mensaje, harto conseguido. Pero si me pregunto, me debato y no me cierran las formas que utiliza. La prima cosa bella es un melodrama barnizado con toques cómicos que funcionan a cuenta gotas y que la vuelven ligera, llevadera y simpaticona. Una reconciliación tácita con una madre que, a la hora de hablar, prefirió detenerse en sus dotes físicos.