Ni una palabra busca captar dos tipos de público: el que ama los policiales, digamos, rigurosos y el público que tiene ganas de sentir emociones por parte de sus protagonistas.

Un joven desaparece en extrañas circunstancias. A partir de aquí su obsesiva madre intentará localizarlo ante la indiferencia policial. La serie arranca con un conflicto bien concreto, directa en sus formas y de ejecución correcta. Pero no se tarda en empezar a marear la perdiz.

Luego de un clickbait argumental, un giro engañoso en el final del primer episodio, Ni una palabra juega a abrir puntas. Sub historias para incorporar al vecindario y enredar las tramas.

Aquí es donde las mezclas tonales empiezan a hacer ruido: muchos personajes con verdades ocultas para desarrollar pero un conflicto central orientado a un melodrama de dos o tres afectados. El joven desaparecido sigue siendo el eje que todo lo mueve pero las implicaciones de terceros van cobrando una magnitud argumental que apenas se mira de reojo. En pos de narrar las vivencias y sentires de sus protas, la serie olvida o tapa en exceso una periferia demasiado importante.

El resto a spoiler