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Strhoeimniano rating:
10
Drama An ambitious woman takes on her corrupt brothers and honest husband in her drive for wealth. In the deep South at the turn of the 20th century, shrewish Regina Giddens readies her household in anticipation of a dinner to honor William Marshall, a wealthy Chicago industrialist who is thinking of building a cotton mill in their small town. Gathered at the table to honor Marshall are Regina's sweet young daughter Alexandra, her greedy ... [+]
Language of the review:
  • es
September 2, 2005
68 of 73 users found this review helpful
Es el tercer encuentro de Wyler con B. Davis tras “Jezabel” y “La Carta”. La genialidad de ambos tiene unas alturas prodigiosas que hacen de esta película la más fascinante y severa de estas colaboraciones tan fructíferas que tuvieron, y, sin duda, una de las mejores películas de todos los tiempos.
Como hizo con “La Carta”, Wyler volvió a contar con Herbert Marshall y Bette Davis para llevar a la pantalla la obra teatral de la gran Lillian Hellman. La historia gira en torno a la avaricia de un trío de hermanos para lograr emprender un negocio para el que necesitarán el apoyo económico del moribundo marido de B. Davis. Sobre esta premisa, Wyler teje uno de sus prodigiosos melodramas, mostrando una inspiración tan grande que nos deja sobrecogidos ante la voracidad que pasea por sus fotogramas. No hay buenos y malos; hay malos y víctimas.
El gran acierto de esta película, no es su historia (en sí no es más que otro de los combates del bien contra el mal, casi una parábola pues los personajes son tan completos y densos que funcionan ya como arquetipos), sino por el lujazo de las actuaciones que nos ofrecen. Así, la planificación de Wyler no toma como referencia la historia, sino la actuación de los personajes (en ocasiones nos hurta los primeros planos para que imaginemos la expresión, la maldad del actor/actriz); y no hay duda que para eso contaba con un ramillete de actores excepcionales. En el lado luminoso: H. Marshal, Teresa Wright, Patricia Collinge. El primero, ya moribundo, quizá en otros tiempos también lobo de esa manada, pero que en este presente intenta morir de un modo en el que el “mundo no vaya a peor”; T. Wright es la inocencia, el calor del amor, la flor que ha nacido en medio de ese estiércol despiadado; por último. P. Collinge es un retrato avanzado en el tiempo de Teresa, una mujer que ahoga su tiempo en alcohol pues está tan herida que de otro modo le es imposible vivir. En la parte oscura: Dan Dureya, C. Dingle, Carl B. Reid y B. Davis.
Pero “La Loba” es sobre todo B. Davis. Es la maldad despiadada. Nunca los ojos de B.D. fueron más mortíferos. Su rostro es una máscara (un maquillaje maravilloso, que por un lado sirve para enmascarar esa juventud que ya se fue de la protagonista y por otro para caracterizarla), de un hieratismo feroz, sin escrúpulos. Los duelos que mantiene con H. Marshall son sanguinarios. La maravillosa secuencia del ataque al corazón, llega al clímax centrada exclusivamente en un primer plano (fabuloso trabajo el del G. Toland) dándonos escalofríos pues nunca la maldad se mostró tan desnuda y atroz. Los diálogos son de los que te hielan la sangre para quedarse grabados en la memoria (“No te odio; solamente te desprecio”). En una palabra, cada uno de los aspectos que hacen de una película, una gran película, están aquí multiplicados por la genialidad de un modo de hacer cine que ya no veremos, pues “La Loba” tiene la altura no de un gran película, que lo es, sino de una obra de arte.
Strhoeimniano
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