Está muy bien elegido el faro como símbolo de atracción para aquellas personas que necesitan ayuda y atraídas por la luz que emana buscan refugio para consolarse y ser comprendidas. Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien viendo una comedia en el sentido mejor y más amplio de la palabra, en el sentido que solo los italianos saben darle y en el llamado cine berlanguiano al más puro estilo mediterráneo: unas cuantas historias que tocan un tema en algún estamento o grupo de la sociedad y al final un remate o compendio de todas ellas. Como se ha dicho muchas veces de Berlanga, una película construida al igual que una falla. Rocco Papaleo ha sabido coger una pequeña historia de amor lésbico, de cura enamorado de una feligresa, de un marido engañado, de una prostituta que busca el amor, de un padre que no quiere perder la custodia de su hija, y de una madre a la que los hijos le salen al contrario de lo que ella desea. Todas estas historias se van reuniendo en el faro y evolucionan a medida que las personas abandonan los prejuicios y se centran en lo importante: la persona, evitando en todo momento introducir la crítica moral y censora. Las interpretaciones son buenas y ninguna se puede decir que está por encima de ninguna otra porque el director, al mismo tiempo intérprete no les deja sobresalir porque resultarían histriónicos. La fotografía es limpia, casi naturalista y la luz del Mediterráneo ilumina todos los planos como de una forma estudiada. La música está en su sitio y siendo una película italiana no podían faltar esas canciones que tan a menudo canta la gente en sus trabajos, en su camino, o cuando está tranquila y descansando. Me ha parecido un conjunto bien estructurado y bien llevado hacia el placer del espectador.