"Tiburón" es la típica película que echan por la tele doscientas veces al año y siempre la pillas en la misma escena: con el tiburón merendándose el barco.

Por ésta razón, nunca me tomé en serio su visionado; pero hete aquí, que con la cuarentena y el dichoso virus haciendo de las suyas en medio mundo, hacen harto imposible acercarse a una zona costera a disfrutar del calor estival y... ¿Qué mejor para quitarse las ganas de zambullirse que visionar el clásico Spielbergiano?

La cinta con sus más de 40 años a sus espaldas, sigue enganchando, es una obra maestra del suspense y genera interés y nervios por el tiburón cabrón: aun siendo obvio que no es más que una marioneta, la gran labor de Spielberg y John Williams convierten a simple muñeco de cartón piedra en uno de los villanos más perturbadores: el tuburón no es sólo un masa mastodóntica de descuartizar y tragar víctimas, una tras otra, así, sin parar... No, el escualo es un depredador inteligente, despiadado e imposible de doblegar.

Sorprende contemplar una cinta del otrora "rey Midas" repleta de gore y escenas truculentas, (pero justificadas) con momentos dramáticos y otros de épica Mobydickiana con Scheider, Shaw y Dreyfuss formando un trío de cazadores impasibles, abocados cada uno enfrentar sus miedos y sinos.

Es, Tiburón, un clásico indispensable: ofrece entretenimiento a raudales y asistimos a una obra maestra del cine de aventura.