El peor punto de partida del que puede adolecer un thriller es el asesinato de una persona que no conoces y que, por tanto, te importa un comino. Pues este es el primer defecto del que nos ocupa. Pero es que tampoco hay un repertorio de otras personas de las que puedas sospechar. Por si estas dos taras fueran poca cosa, salvando el breve comentario del forense en la morgue, faltan los detalles que hacen atractivo el género del thriller: autopsias, diagnósticos, hipótesis, elucubraciones, ingenio, chispa, intriga...

Desde el comienzo está todo muerto, frío como un témpano, y conforme avanza la trama, se va hundiendo más en el somnífero páramo de hielo, hasta que este se resquebraja y tú acabas ahogándote, durmiéndote en él. Nada importa: ni el profesor, ni la familia, ni el adolescente, ni el hijo, ni el insomne, ni la esposa, ni la la loca, ni la previsible moralina digna de Hollywood: "Bueno, je je je, ¿qué son unas rencillas conyugales al lado de un secuestro? Al fin y al cabo, es Navidad, tiempo en el que hasta los solterones deben unirse en hogareña sociedad".

Espero que los otros thrillers nórdicos que están saliendo hagan mejor honor a su fama.