Protón-protón es el nombre del proyecto científico en el que está inmerso uno de tantos físicos nucleares británicos que, poco a poco, están abandonando la alta investigación para pasarse al sector privado, mucho más lucrativo, o, ¡maldición!, están siendo tentados por los soviets para marchar a su lado.
Estamos en plena guerra fría entre los dos grandes bloques y el alto espionaje está de actualidad en el cine.
Aquí tenemos una cinta muy aseada. En contraste con el glamour de los superagentes de moda se presenta Harry Palmer (Caine), un simple sargento miope, cocinicas y ligón. Si no va acompañado de la constelación de estrellas de 007, no tiene inconveniente en tirarle los tejos con éxito a las compañeras de oficina. Que tampoco están nada mal.
Un guion sólido, la excelente ambientación londinense a la que nos tienen tan acostumbrados los británicos y una acertada realización con un ritmo bien dosificado, tensión, intriga y los toques de su característico humor.
Qué más da la pirueta del final, total para ofrecernos un desenlace poco imaginativo.
Qué más dan los altibajos de la cinta. Ahí está Caine con sus gafas para levantar el tono cuando hace falta.
Qué más da Ipgress y la psiconeurosis. Estamos ante una buena cinta de espías que recomendamos a los aficionados al género.