La guerra después de la paz. Ésa es la historia de esta película de marcado simbolismo en la que la guerra es en realidad cualquier tipo de confrontación. Jóvenes e inexpertos alemanes se ven obligados a limpiar las playas minadas en la costa danesa después de la derrota militar, siendo castigados con el odio de todo un país a consecuencia de atrocidades que, salta a la vista, ellos no han cometido.

Zandvliet crea, sin salir de la playa en la que se desarrolla la cinta, un aparentemente sencillo cóctel de odio, venganza, desconcierto, miedo, resignación y melancolía. Sin embargo, como no podía ser de otra forma en una película en la que el hilo conductor es la manipulación de explosivos, el ingrediente definitorio es la tensión. Ello es posible gracias al extraordinario trabajo de montaje, que aísla a los jóvenes durante la desactivación de las minas dando como resultado una terrorífica sensación de claustrofobia al aire libre. Esto es importante porque el director no quiere que en ningún momento el espectador se sienta cómodo.

El desarrollo argumental es en cierto modo previsible, si bien no es importante en tanto que en este caso no se trata de otra cosa que un vehículo para contar una historia sobre la naturaleza del ser humano. Mención merece también la fotografía, que exprime todo el jugo del paisaje conciliando belleza y frialdad. Al final, Land of Mine es una película de un suspense que roza lo macabro, pero con un mensaje moral esperanzador y digno de ser escuchado.