"Carretera al infierno", debut en el largo de Robert Harmon —y seguramente la obra más relevante de su inane filmografía—, es un thriller psicológico con aires de atípico western, un poco en la línea de "El diablo sobre ruedas" (Steven Spielberg, 1971), solo que dejando aparcados en doble fila chasis y motores.
Jim Hasley transita en coche por las áridas y solitarias carreteras de Texas. En un momento dado, y para intentar sobrellevar el incipiente sueño que le embarga, recoge a un autoestopista. Craso error. Este sujeto es un psicópata y la pesadilla de Jim no ha hecho nada más que empezar.
Así desarrolla Robert Harmon "Carretera al infierno", un film al que le falta malicia y al que la ausencia de carisma de su protagonista, un C. Thomas Howell que físicamente parece la versión joven de el Rubius, hace que al final vayamos más con el malo malísimo de la función, el gran Rutger Hauer, que con él. Para intentar reforzar el poco liderazgo del protagonista te meten con calzador el personaje de Jennifer Jason Leigh, cosa que, no solo no funciona, sino que debilita la labor de guion.
En resumidas cuentas, aun con defectos "Carretera al infierno" tiene sobrados motivos para ser una de las más icónicas cintas ochenteras.