No es la adaptación más fiel de la obra literaria de Bram Stoker, ¿pero a quién carajo le puede importar eso? Si tienes que ver una sola adaptación sobre las andanzas del aristocrático señor de las tinieblas -hablo de Dracula, no del propio Christopher Lee- ármate de la más desinhibida sed de sangre en puro rojo technicolor, el brumoso encanto de concubinas vampiresas alérgicas a las cruces mas la ineludible pelea final.
Transcurrido un año tras haber quitado el polvo al Dr. Frankenstein y su moderno prometeo, y uno antes de pasar por la experiencia de la momificación, la Hammer retomaría su apuesta en favor del triunvirato en la dirección de Terence Fisher con Peter Cushing y Christopher Lee enfrentándose a muerte en la pantalla -la fórmula que se repetiría fructíferamente durante dos décadas con una prolongación agónica no siempre conjunta-.
Otro rostro conocido de la casa Hammer, Michael Gough -repopularizado en su madurez para los batmaníacos- pasearía su cuello e hirsuta presencia en este espectáculo de horror acertadamente desprovisto de pompa a la par que hábil para transformar sus moderados recursos económicos en pura artesanía del horror y una imaginación que sirve tanto para reinventar situaciones, lugares y personajes como hipnotizarte durante 82 minutos.
Extiende tu cuello y goza.