A esto se le llama morir con las botas puestas. A Paul W. S. Anderson le costó casi media docena de secuelas comprender que lo suyo no es el terror, que lo que llevaba gestando desde 15 años atrás no tenía mucho que ver con la franquicia de videojuegos creada por Shinji Mikami para Capcom, así que esta vez optó por volcarse más que nunca en lo que mejor sabe hacer: la destrucción masiva de edificios creados por CGI y la planificación de secuencias de acción a cámara lenta.
Milla Jovovich y su grupo de aliados -que van cambiando con cada nueva entrega- vuelven a Raccoon City para acabar -a ver si esta vez es la definitiva- con la amenaza de Umbrella, los muertos vivientes, el virus T y un tal Weesker, un malo de opereta con gafas de sol que va disfrazado como Chimo Bayo.
Más mad max exploitation y más acumulación de tópicos de cine postapocalíptico atiborrados con el mayor derroche de paisajes y monigotes digitales mostrado hasta la fecha en una saga que ya había vivido más de lo que merecía.