Con razón esta era la película favorita de un maestro como Andrei Tarkovsky, desde los primeros minutos de su metraje nos sumerge en la tormentosa existencia de un cura novato, puesto a cargo de una parroquia rural por primera vez. El desempeño de su ministerio le mostrará cuan lejos está el dogma y la teoría de la vida real. Incapaz de dejarse llevar por el pragmatismo y aferrado a sus ideales, tratando de no ver derrumbado su edificio de fe, tratará de desempeñar su labor del mejor modo posible. Sin embargo las dudas le asaltarán. Comprenderá que la espiritualidad muchas veces no es más que un pretexto para legitimar ciertas convenciones sociales y, del mismo modo, tomará conciencia de todo a lo que había renunciado debido a su elección de servir a Dios (conocer el amor de una mujer, embarcarse en las aventuras normales para cualquier joven).

El papel de Claude Laydu es impresionante, a la altura de los más grandes. Su personaje desprende un aura de santidad, lirismo, delicadeza y debilidad sobrecogedores, la muestra de que el tiempo de la fe ha pasado. No obstante este es un canto a la historia de la humanidad; a las debilidades más profundas del ser humano; a cuestiones, en definitiva, que nunca han abandonado el día a día de éstos, de las comunidades: celos, envidia, odio, recelo, etc. Es una película en clave pesimista, pero deja un lugar a la esperanza en el final. Al fin y al cabo todo es "gracia", el mismo Dios empuja a los hombres por la senda de la Salvación llamando a las almas hacia Sí. En cierto modo es una película muy hegeliana que presupone de un modo u otro que lo real es racional, porque es designio de Dios, una instancia superior frente a la cual no hay fuerza humana que se pueda oponer. Sea como fuere es muy posible que Breson se guiara por la necesidad de hacer un monumento contra la falta de espiritualidad del mundo, por mucho que considerara que algo diferente era imposible para nuestro mundo.