Scorsese, Coppola, Allen han dirigido, cada uno, su pequeña obra homenajeando a Nueva York. desiguales en intensidad como en entramado, los tres ejercicios asumen sencillamente el contar algo, tal vez lo que le pasó a un amigo o una anécdota personal en el marco de una Nueva York llena de reveses.
El primer filme, el de Scorsese narra las desventuras de un pintor abstracto: padece enfermedad de amor, un amor tóxico por su sensual asistente: Rosanna Arquette. La cosa no irá bien; el pintor será la muestra de la decadencia del amor romántico, a lo personaje decimonónico. Aquí Nick Nolte demuestra una vez más cuán bueno es con este tipo de caracterizaciones.
Luego Coppola se nos planta con una historia sosa de una niña que atraviesa una etapa un tanto difícil de su vida. Padres en problemas, amistades veleidosas del colegio, en fin. La historia se va sin que la echemos luego en falta.
Y para finalizar Woody Allen vuelve a echar mano de la mitología griega y nos deleita el desenlace de este producto con su propuesta de un hombre (él mismo) atravesado por el hastío de su madre. Hay risa, hay burla de sí mismo: está Allen con su cruda forma de enfrentar a nuestros vecinos y a nosotros mismos.
De las tres me quedo con la última, con el Edipo neoyorkino que no sabe cuánto amar y odiar a su madre.