Y a base de humildad, consigue conmovernos un poco ante esta fábula sobre la creación artística, su generosidad que no espera recompensa y su capacidad consoladora.

Como en un arabesco de abstracciones, el relato maneja de forma intrincada y magistral unos pocos elementos convencionales: el rigor nórdico y los placeres de la dulce Francia, la vanidad de los logros humanos ante el paso del tiempo y la relatividad del dinero (pues, al fin y al cabo, 10.000 francos son una fortuna para dos solteronas puritanas danesas, pero sólo permiten una lujosa cena para doce personas en el Café Anglais de París: si bien es un precio barato, a cambio de la felicidad que proporciona); para alcanzar una conclusión nada convencional: el milagro escasamente religioso de ver llegar, a una remota y triste comunidad de puritanos, el placer, ni más ni menos.