Descendiente directa de los niños que pululaban por las pelis familiares de los 50', aquellos que hablaban como Don José María de Pemán en una reunión de la Real Academia Española, Ellen Paige nos vuelve a demostrar -tras su casi idéntico papel de espabiladilla en hard candy- que el cine es, en esencia, algo fantasioso, irreal, y a veces más falso que un bibliotecario con stress.

Los diálogos, todos ellos pergeñados por una tipa de aspecto dudoso, parecen frases de aquellas que, en el reverso de los antiguos almanaques, intentaban aleccionarnos de cosas importantes de la vida, aunque la gran mayoria de veces fueran incomprensibles.

El argumento? pues vuelve a ser eso tan de moda actualmente en las producciones yanquees, que nos intentan colar moralina decimonónica entre líneas, aunque sea más evidente que una cagada de vaca en la solapa del traje de primera comunión: sea como sea, no hay que abortar, y las situaciones cuando estás preñada pueden ser divertidísimas, profundas, y merecedoras de una frase lapidaria cada cinco minutos.

Totalmente alejada de la realidad, más predecible que el tema a tratar en un programa presentado por el Cantizano, y con un mensaje que haría las delicias de la Conferencia Episcopal, si no le pongo el tres que se merece es por alguna escena que, todo hay que decirlo, llega a tener su gracia.