El siempre divertido Takeshi Kitano plantea aquí una historia mínima pero original, encargándose de narrar con una mirada bastante dulce la forma de actuar de una pandilla de yakuzas en una especie de "retiro vacacional obligado". Uno de sus jefes ha muerto en un tiroteo y todo apunta a que ellos son culpables, así que deciden recluirse en una casa alejada de la mano de Dios. El gran logro de la cinta es que acabemos queriendo a todos los personajes que desfilan por ella, el que dejemos de verlos como simples asesinos para descubrir que son personas normales, con sus pequeños defectos, con sus ilusiones y su corazón de niños. Kitano levanta un personaje fantástico, un líder con alma de chaval -sublime la escena de las trampas en la arena-, y el resto de actores no le andan a la zaga.

La historia, pese a todo, me parece un poco absurda dentro del contexto al que está sometida, y de hecho me parece tremendamente irregular pese a entretener lo suyo y tener un mensaje de fondo fantástico. El final, además, pese a su innegable belleza, es demasiado trágico y en cierto modo absurdo.

Tras acabar de ver la película queda el buen recuerdo de haber visto a esta gente pasarlo en grande, con sus juegos en la playa, matando el rato charlando, bailando, luchando. La suma del personaje femenino a la historia da algo de variedad, uniéndose al grupo de forma natural. Todo esto se plantea desde el histrionismo y la comicidad de Kitano, un freak demostrado con algunas ideas surrealistas ciertamente inspiradas. Sinceramente, prefiero "El verano de Kikujiro", que básicamente se desarrolla de la misma forma -obviando lo de los yakuzas-, una cinta mucho más tierna, con mejores personajes, algunas escenas para el recuerdo, y probablemente la mejor BSO que he escuchado en una película asiática.