Entretenida, sin más, llamando la atención el desparpajo que tiene este joven pistolero, que llega a terreno inhóspito, y se enfrenta, él solito, sin experiencia pistolera, solo anhelos infantes utópicos cortados por el “pater putativus”.

Vemos aquí una crítica a la justicia por su mano, en tiempos de ocaso “westerniano”, 1957, que Wayne o Stewart no habrían osado filmar jamás. El predicador, naif e inocente, defiende la justicia y la trampa del malvado, mientras la muerte no distingue entre legales. Primero mueres, y luego ya si eso pide justicia.

La relación con la muchacha, típica cinematográfica, artificial. Lo que es infumable son las eternas tomas enfocando al cuadro en la pared ¿de ella?, vestida de cabaret.