Otra vez lo ha hecho Ridley Scott. Una vez más nos ofrece una película sugerente, muy técnica, científica, con muchos medios, desde luego, pero con mucho oficio.

La lucha por la supervivencia en un medio tan hostil como Marte de un astronauta olvidado sólo con su talento, su capacidad, sus conocimientos, su arrojo y sobre todo sus ganas de vivir, es impactante y sobre todo aleccionador en esta sociedad de brazos cruzados y vidas teledirigidas.

También Ridley Scott se permite denunciar a la sociedad norteamericana y a sus instituciones y políticos que dirigen la NASA y sus presupuestos, cuando recortan en la investigación aeroespacial para dirigir esos presupuestos a financiar conflictos bélicos por todo el mundo para salvaguardar los espurios intereses de las empresas que les pagan sus costosas campañas electorales para obtener el poder por el mero hecho de poseerlo, y desgraciadamente, para desoír hasta sus propios programas y lo que demandan su pueblo para favorecer a los mismos de siempre.

Gran trabajo de Matt Damon, un actor siempre correcto que cumple en sus papeles con las exigencias que le demandan sus directores.

Decir también que la película adolece de un exceso de metraje, y que en ocasiones se hace demasiado tediosa por la mínima acción que se produce, que por otra parte es lo que se puede hacer en un planeta donde no existe prácticamente la gravedad, lentitud que se produce asimismo en las acciones que transcurren paralelamente en la Tierra, sin vigor alguno en la toma de decisiones, con todo como muy programado y muy medido.

Reseñar, por último, la reiteración en esa banda sonora a base de música disco ochentera, que puede deberse o bien a que Ridley Scott la ama, o bien la odie.

No es una obra maestra, pero a pesar de su parsimonia se ve con interés.

Un notable, 8.