Eloísa y Luisita son dos hermanas que se profesan un profundo odio.

Fernando Fernán Gómez logró una de sus obras maestras indiscutibles adaptando la novela homónima de Juan Antonio de Zunzunegui. El director realiza una feroz crítica al régimen franquista a través del retrato de una sociedad derrotada; esa España gris, deprimida y reprimida, poblada de miserias cotidianas, teñida de pobreza moral, dominada por la hipocresía, donde se manejan conceptos añejos como la decencia o la honra.

La familia es el epicentro del que surge toda la mala sangre, la inquina, el desprecio intenso, la envidia devastadora, reflejada en la rivalidad entre dos mujeres con visiones antagónicas de la vida. Una, infelizmente casada, cargada de hijos, acostumbrada a sufrir penurias, esforzada y triste; otra frívola, dispuesta a aprovecharse de los hombres, a esquivar la estrechez a cualquier precio. Ambas luchan por el afecto de los padres, suspiran por el fracaso de la otra, sueñan con el bienestar económico, se torturan mutuamente, en persona o desde la distancia, anhelan el mal ajeno.

Fernán Gómez rueda con maestría: basta observar el partido que saca a la escalera del edificio, antesala del hogar, como ocurre en el reencuentro entre Luisita y su madre; o al acertado uso de la voz en off en momentos puntuales, para reflejar los deseos y esperanzas de unos personajes desgraciados. Se reserva el papel del marido de Eloísa, una de las mejores representaciones hechas del “golfo”, ese extraño espécimen que tanto abundaba en el país, un caradura simpático, perdedor sin remedio, proclive al vicio, obsesionado con las quinielas.

“El mundo sigue” cuenta una historia muy negra, de emociones desbocadas, que plasma perfectamente la realidad de un tiempo desaparecido.