Tony Vallelonga (excelente Viggo Mortensen) es un italoamericano humilde que vive en el Bronx en la década de los 60. El bar de copas en el que trabaja cierra por reformas durante unos meses, por lo que debe buscar un nuevo trabajo. Cuando el virtuoso pianista negra Don Shirley (un Mahersala Ali solvente como siempre) le proponga ser su chófer y asistente personal durante una gira de conciertos por el racista sur profundo de los Estados Unidos, deberá aceptar reprimiendo sus propios prejuicios de raza. Durante los meses de viaje se forjará entre ellos una poderosa amistad que superará toda diferencia de razas y llevará a Tony a replantearse sus principios. Una película para todos los públicos, una historia de sentirnos bien y de hermanarnos en aquello que tenemos en común. Una película que alecciona y da un mensaje social importante desde la sonrisa y el agrado, en una película bien construido que, en cierto punto, funciona. La película, al César lo que es del César, se pasa como un suspiro, y en lo que a contribuir al entretenimiento está bien editada. Si bien su realización dista de ser sorprendente, la factura técnica es competente. Los dos actores elevan el filme, en concreto un Viggo que está excelente, en un registro en el que nunca se había manejado. Es una película que es desde luego fácil de recomendar, pues tiene todos y cada uno de los ingredientes para gustar al gran público. Y por su condición de producto de espíritu casi trasnochado, de índole noventera, podrá ser disfrutado por igual en décadas futuras.

Si bien funciona desde el sentimiento y la simpatía, el filme raya en los esquemas y recursos mas típicos y fáciles. La película es predecible desde su primera escena, y se puede llegar a las conclusiones del filme aislando cualquier momento sin necesidad de ver de dónde viene y adónde va. El tratamiento del tema racial es de un burdo cuasi escolar, dejándose todo mascado y subestimando la inteligencia del espectador y su capacidad de dilucidar mensajes implícitos. Todo se declama, se verbaliza, se evidencia. Nótese esto en escenas tan lamentables como una bajo la lluvia y cierto abandono de una comisaría. Una película plana cual tabla de planchar, en la que el desafío creativo y las propuestas artísticas de impacto sensorial brillan por su ausencia.

Divertida, agradable y dulce, Green book es una película simpática afrontada desde la estrategia para amasar menciones ahora y ser olvidada meses después.