Es curiosa esta dicotomía entre los dos personajes: el mafioso tiene una vida privada intachable, discreta, mientras el policía mantiene un conflito con su esposa. Se pone de manifiesto, a lo largo del film, el poder del dinero, la satisfacción que tiene la mujer del mafioso con una vida de lujo regalada a la que no pone objeción. Ni parece preguntar ni ella ni la madre del narcotraficante el origen de esa opulencia hasta que la policía corrupta registra la casa. Mientrastanto, la exmujer del detective esta amargada por la honestidad de su exmarido que no acepta un soborno, que se revela en el juicio por la custodia del hijo.

Hay una serie larga de escenas de culto a la violencia, por ejemplo, cuando el personaje Frank Lucas quema a un cubano vivo o mata a sangre fría a un rival en plena calle. Y sin embargo, el enfoque del director es parcial a favor de estas acciones, parecen elementos "colaterales", es retratado como algo lícito de quien defiende sus derechos y pone orden. Ridley Scott no toma partido en contra si no todo lo contrario, no es el retrato de un narcotraficante, sino el de un "hombre de negocios" que presenta la droga como un producto de marca. "El narco bueno", ¿drogas buenas?

Parece que hubiera dos directores, uno que humaniza al delincuente y muestra su lado bueno aunque ingenuo del que cree que vende "golosinas azules" con marca registrada y otro que desvela un sistema corrupto y hace un retrato sordido y real. Estamos ante un dualismo entre lo ingenuo y lo sordido, lo ideal y lo real; y al "espectador crítico" le queda un sabor amargo.

Aun así, en general, la película es bastante interesante y arriesgada por criticar el sistema corrupto.
No es una mala película, pero esta lejos de ser una obra maestra por una larga seríe de cabos sueltos.