Otro acierto, entre muchos, de Rafael Gil, en una película de bajo presupuesto, casi enteramente rodada en una taberna y una calle. La trama mantiene un motivo continuo de suspense, que se alterna con detalles realistas. Los diálogos son de Mihura, que de esto sabía, como hombre de teatro.
Está todo bien entre los intérpretes. Quizá el más flojo, aunque cumple, sea Antonio Villar. Amparo Rivelles da su personaje una bondad y una ternura que emocionan. Manolo Morán como vendedor ambulante es un prodigio de chispa.
Buena fotografía. Acertado ese detalle, muy del neorrealismo italiano, de la pared de la calle donde se juntan los pobres los pocos minutos en los que da el sol.
No dejo de preguntarme por qué estas películas no se pasan más veces por televisión, en lugar de tanta bazofia. Pero al parecer hay gente que cuando ve que es en blanco y negro piensan que si no hay color.... Si fuera así, ¿qué haríamos con Chaplin, Buster Keaton, Bresson, Eisenstein y una larga lista... con los mejores.
Y la parte del perrito es de verdad simpática.