Es una película de amor, es una película de intriga, es una película de guerra, contiene crítica social, cuestiona la moral clásica y exalta los valores democráticos.
Los personajes son creíbles, producen empatía y hasta los rufianes mantienen en su maldad una textura humana, prevaleciendo más su flaqueza que su villanía.
El ritmo se acomoda a las necesidades narrativas, tiene momentos cumbre, tensión argumental y un excelente elenco de personajes e historias cruzadas que enriquecen el hilo argumental que mantiene el desenlace oculto a las previsiones, pues el abanico de posibilidades es tan versátil como la misma naturaleza humana que describe.
El blanco y negro, con su riqueza de matices en los juegos de las luces y las sombras, los planos y la fotografía es llevado hasta la excelencia y la maestría. Todo parece encajar y salir o entrar en la escena o en la referencia en el momento preciso. Puede ser causal o casual, pero es sencillamente magistral. No envejece con los años, antes bien, va adquiriendo un poso de cuasieternidad que le añade galones a su rango de obra maestra