Se escucha una frase en ARDE MISSISSIPPI que parece exportada directamente a La delgada línea roja: ¿de dónde sale todo este odio?; de este modo, se ha de anotar antes de nada que Alan Parker y Terrence Malick son una especie de primos lejanos por parte de inquina.
Es buena la idea de intercalar en ciertas partes del metraje las opiniones inopinadas de no sé cuáles lugareños: si no son un reflejo exacto del sentir de los que vivieron de cerca estos acontecimientos sorprendentes, poco les ha de faltar. Fuera de esto, es preferible la solvencia de Gene Hackman que la de Willem Dafoe, la ronquera de Michael Rooker que el nistagmo de Pruitt Taylor y los ojos de Frances McDormand que los de Brad Dourif, Lengua de Serpiente. A Stephen Tobolowsky, que es un grandísimo actor de generosidad inmensa, resulta complicado verlo si no es con su cartera de vendedor de seguros y lejos del concurso de talentos de su escuela, donde vino a participar con el inefable truco del ombligo silbador: hay papeles que marcan para toda una vida.
Es una buena película, ARDE MISSISSIPPI. Tuvo un director solvente, intérpretes de primera fila, un estado de virtud y de armas y el mensaje más contundente: todos los hilos del tapiz tienen la misma valía sin importar su color.