Yo es que siento debilidad hacia Aidan Gillen, otro irlandés, otro británico, otro actorazo de estilo clásico que interpreta aquí al malo de la historia, cómo no: Lord Rathbone, décimo en la línea de sucesión al trono, primo favorito de la reina, amante de la cultura y culto a su vez, colonialista, aventurero, todo un gentleman en sus maneras y catalogado como el mejor espadachín de Inglaterra. Con estas referencias, ¿cómo no vamos a enamorarnos de él? Así que vuelvo a preguntarme entre la frustración y la ira, ¿por qué un personaje como el suyo no puede ser el héroe? ¿Por qué Gillen siempre interpreta a villanos? ¿Por qué Lord Rathbone no es el compañero de fatigas de Chon Wang, y juntos desenmascaran un complot asesino? ¿Por qué tenemos que padecer en su lugar al impresentable de Roy O’Bannon, con el insípido de Owen Willson?

¿Por qué se inventan un tipejo como este Roy, que es un lelo total, una nulidad que deseas que muera? ¡Es el colmo desear la muerte del héroe de turno! Pues aquí ocurre. ¿Por qué todas las mujeres se enamoran de Roy y, el horror de los horrores, le pagan (repito: ¡le pagan!) para acostarse con él? Yo no daría ni un céntimo; de hecho, sólo le pagaría para que se alejase de mi todo lo posible y se callase para siempre. ¿Por qué pintan a Arthur Conan Doyle como un pardillo incompetente, asustadizo y con una profesión que nunca ejerció en la realidad? ¿Por qué ridiculizan la cultura inglesa de esa manera, apropiándose incluso de la invención de Sherlock Holmes? ¿Saben quién fue Charles Chaplin? No lo creo.

Ahora que me he desahogado brevemente, puedo decir que «Los rebeldes de Shanghai» funciona por los pelos gracias al carisma, la técnica y el esfuerzo de Jackie Chan, quien tira de efectos especiales para según qué saltos, no sé por qué, porque con lo que es capaz de hacer, basta y sobra; por el ambiente londinense, y por Lord Nelson Rathbone. Pasas la tarde.