He intentado por todos los medios buscar en «La caza» eso que se comenta de las metáforas, símbolos, alegorías, vencedores, vencidos y Españas varias. No he visto nada. Será que soy bien pensante por instinto, o todo lo contrario, pero, en fin, que no apuntéis con tanta saña que el tiro a lo mejor os sale torcido.

Estaba deseando ver esta película por múltiples razones, principalmente tres: 1966, Carlos Saura y Emilio Guitiérrez Caba. Es lo que sabía de ella y con estos tres datos bastan y sobran para sentarte a ver cine español en blanco y negro, sudoroso y con aires de thriller. Cuatro hombres que se reúnen en el campo toledano para cazar conejos, mis pobrecitos conejos. Quizás alguno de estos hombres esté pensando en cazar algo más grande y a dos patas... Se sabe que va a ser así, que la cacería va a acabar en tragedia. Se sabe, se ve, se nota. Lo cuatro actores están perfectos; siempre he dicho, y me reitero, que esta casta de intérpretes españoles son insuperables, así que deleitémonos. De hecho, podrían haberse eliminado las voces en off en primera persona, que no me gustan mucho.

El problema aquí es el más evidente: ¿cómo puede llegar un hombre sin antecedentes delictivos y aparente salud mental a cometer un crimen en un margen de unas cuantas horas? A mi parecer los conflictos que se desatan no tienen la agresividad, o incluso la naturalidad suficiente para esto, ni tampoco se desarrolla una implacable, sólida e inevitable escalada de odio y violencia. La tensión es relativa. De comerse una paella a perder el juicio dista mucho, y no creo que la historia se retrate con el fatalismo y la crueldad necesarias. Eso sí: cuando todo estalla, estalla de maravilla, en unos diez minutos escabrosos y sangrientos de una potencia incuestionable y que culminan en una carrera cortante y sin resuello.

Pobres hombres.