La saga «Destino final», que tuvo una primera entrega que recuerdo con bastante simpatía, ha ido involucionando hasta llegar a esta cuarta parte que sólo recomendaría a los muy, muy, muy aficionados a lo slasher. O a mi peor enemigo, en un alarde de extrema crueldad.

Porque a mi eso de que una película consista únicamente en ir detallando formas de morir a cual más repugnante y gore no me inspira demasiada confianza. Ni demasiada, ni ninguna, vamos. A eso se limita «Destino final 4»: a una sucesión de vísceras, aplastamientos, explosiones y sufrimientos varios que no podía ni mirar. ¿Esto es lo que da miedo? ¿Esto? ¿Es que ya no se puede hacer una historia que mezcle tensión, intriga, angustia, inteligencia y muerte? Tal parece que no. Me dirán muchos que de eso se trata, y que si no me gusta la sangre, que no la vea: pero es que el problema no es la sangre, señores míos, sino la forma tan estúpida, repetitiva, absurda, descarada, horrorosa y vulgar con la que se muestra.

Los actores ni actúan. Encima, copia a las anteriores, que el guionista tampoco tendría muchas ganas de esforzarse. Pa’ qué, se dirán los pobrecillos.

Pa’ qué vas a verla, te digo yo. Huye, y que no te pille.