Venga a morir, venga a morir el pobrecito en el mismo tren hacia Chicago. Mientras visionaba muy atenta «Código fuente» pensaba con desánimo en el drama que supone que la espabilada Christina no sea a Gyllenhaal a quien ve como compañero de viaje, sino a ese tal Sean Fentress de siempre. Es para llorar. Esto, que parece una frivolidad amorosa mía, es en realidad importante, porque se incurre en una paradoja que no logro desentrañar: suponiendo que el tren no explotase, Sean debería vivir como el resto de viajeros así que.. ¿qué?

Pues que la lógica se va a tomar por saco, claro. Solo así nadie sabe, ni se sabrá nunca, cuál es la teoría del código fuente, ni cómo ni por qué pasa lo que pasa entre realidad y ficción, y ni mucho menos podrá explicarse el final, que directamente es imposible... o quizá no, como digo no lo sabemos. Yo opto por pensar que la película se lía sola para poder hacer lo que quiera sin necesidad de justificarlo de manera coherente. Este es un fallo grande, pero a cambio nos entretiene que da gusto, aunque sea con trampas. La introducción es algo absurda, muy enganchona, sí, pero difícil de creer por cómo tratan al capitán y la nula información que le dan; de hecho, te entra hasta rabia de que sean tan duros con un hombre tan angustiado. Sobre la investigación de Colter para averiguar quién o quiénes es/son el/los culpable/s no puedo decir nada que no vaya a spoiler, según aconseja mi validador. Le hago caso. A Spoiler.

En fin, pasas la noche.