Después de un principio bastante esperanzador donde la enorme interpretación de la pequeña Suzuka Ohgo (la menor de todo el reparto y la que mejor jugo le saca a su papel) obra como principal vehículo para trasladarnos a la infancia de Chiyo y la dirección de Rob Marshall es bastante acertada en la mayoría de sus aspectos, el realizador de la anterior Chicago no consigue darle el rumbo adecuado a su cinta que, después de un primer tramo prometedor, se pierde en un cúmulo de pastiches y previsibilidad que sumen la obra en la más absoluta mediocridad.

Cierto es, que la realización es impecable, una fotografía excelsa, unos decorados muy logrados, un vestuario excelente y una banda sonora logradísima son algunos de los pilares de esta obra que, sin quererlo, cae en los personajes más tópicos que se puedan hallar en un film y momentos de lo más predecible. Además, algunos de sus personajes carecen de la suficiente personalidad y sufren una transformación tan inadecuada como poco creible.

En apartado de actuaciones, a parte de la ya mencionada Suzuka Ohgo, cabe destacar también a Michelle Yeoh que logra una buena interpretación, las demás están a la altura de una película demasiado mediocre que solo alcanza sus mejores cuotas en su inicio.

En definitiva, un film demasiado previsible, carente de profundidad y vacuo como para poder ser algo digno o interesante de ver. Solo resaltan sus aspectos técnicos, pero para eso, ya tenemos miles de cintas al cabo del año pululando por Hollywood mucho mejores que esta.